Me temo que esta carta que publico no tiene autor, ni remitente, ni fecha, ni firma, ni posdata. Siéntanse libres de leerla con la distancia que crean conveniente; sea esta lejana o, por el contrario, protagonista de la misma.
El paso de tu tacto por mi piel ha mellado mis recuerdos hasta límites insospechados. Opacas nubes con olor a jazmín oscurecen el pasado, remitiendo solo cuando el néctar de la confusión hervía mi sangre al compás de la caldera dorada que tú misma decidiste destruir.
No son pocos (ni serán los suficientes) los días que borren la marca de tu tinta venenosa, tan predilecta y sensible al vacío del tiempo como a los remates sofocantes de nuestros encuentros en el espacio. Es esta y no otra la génesis del mundo nuevo que has postrado ante ti. Los besos y los abrazos no existen, mientras que las noches a la luz del sol esconden los secretos de unas dunas húmedas esperando la nota musical de David. Tres veces he sido negado y tres más gritaré al espejo deseando aparecer. El humo que ensancha mi pecho es ahora escarcha azul deslizándose sobre tu sexo, que tiembla, ungido y entregado al placer.
Mi tren llegaba tarde cuando tú aún montabas bestias; quizás fuera la estrella de Oriente la que pinchó nuestro globo. Que me sea permitido dudarlo, pues solo en Cuaresma es adecuado llevar disfraz y máscara… Dejo a la bóveda celeste ser juez de los vigilantes que disiparon mi juicio.
Tres veces fui negado y las nubes aún huelen a jazmín… ¿Será cierto, acaso, eso de que el tiempo es una ilusión?
El frío penetra mis nervios, tensa mis músculos y provoca que mi pensamiento claudique. Lo que no puede ser acaba siendo y, lo que es, nunca fue. Aún no he caminado y la orilla ya ha borrado mis huellas. ¿Qué sucede? ¿Es el fin del principio?
Las distancias se vuelven irreductibles y sus toscas esquinas se clavan en el cielo, provocando que sangre un torrente de lágrimas que acabará por saciar la sed de nuestros deseos. Los ecos de una voz se dispersan, formando una punta de lanza en la casa de la música. ¡¿Qué es lo que quieres de mí, maldito?! Alzo la mano y me es cedido un asiento en unas escaleras que ascienden al infierno. Ahora bebo. ¿Y si el tiempo es una ilusión? Ahora bebo. Alguien propone un brindis. Ahora bebo. Cuando me derrumbo sobre la arena, vuelve a ser de noche y el sol broncea el costado en el que he sido herido.
La voz me confirma tres veces. Las dunas vuelven a ser áridas. Ahora bebo. Encuentro un pelo de mujer en mis pestañas. Debería haber dedicado mi vida a ser relojero. Solo así estaría brindando por los amigos ausentes y no por estos mediocres payasos.