29 de noviembre de 2020
Las Palmas de Gran Canaria
Querido y antiguo amor:
Te escribo en una gélida noche invernal, la norma en nuestra ciudad. Esta noche parece que tu sombra vino a verme, se cobijó bajo mi edredón y, con esa mirada de incomprensión y sorpresa tan tuya, se mimetizó con el hueco de mis hombros y se instaló ahí sin decirme cuánto tiempo estará. Aunque me duela escribirlo, ojalá fueras tú y no tu fantasma.
Me agobia, y a la vez siento una extraña calma, al vislumbrarme a mí misma con 20 años más, tal vez con algún libro publicado, tal vez salvando vidas, tal vez en una ciudad lejana, tal vez todavía hablando de ti para poder hablar del amor. Me agobia porque quiero volver a enamorarme. Me calma porque saber que existes, por ahí en cualquier parte del mundo, me recuerda que la belleza profunda habita incluso en este mundo cruel y capitalista. Es bonito recordarte riéndote a medias, apenas separando los labios, apenas vislumbrando tus colmillos. Qué alivio para mí, en este terrible 2020, que estés a salvo.
El capítulo que nos unía terminó, leímos desacompasados los últimos renglones hace mucho tiempo. Pero tengo un problema y es que ese libro todavía lo estoy escribiendo. Por suerte. No sé si habrá un nuevo capítulo, y déjame decirte que tú tampoco lo sabes. Te llamo amor concluso por no darnos el perjuicio de la duda, por no rememorar la herida sangrante y recordar solo la bonita composición de tus labios besando mis párpados.
Me reconcilié con nuestro pasado, con lo mal que nos amamos. Te perdoné y me perdoné. Así cerré el ciclo: y tal vez sea justicia poética que pasara de la mano de algo tan católico como el perdón, siendo nosotros tan antitodo.
Hay días en los que creo que te echo de menos. Me gustó mucho crecer a tu lado. Paseo por delante de aquel muro nuestro y con las yemas de mis dedos acaricio esa pintura descascarillada y, ahora, siento dicha por haber sido testigo y protagonista de ese glorioso encuentro entre dos almas rebeldes.
Cada vez que empuñe un megáfono para clamar por un mundo mejor, o que alce el puño y las venas de mi cuello acompañen con mi vigor mi grito, cada vez que mire al miedo a los ojos y lo desafíe y, si algún día hago algo grande, algo realmente importante para la humanidad, allí en algún rincón de alguna célula, estará la certeza de que fue posible gracias a los nombres, como el tuyo, que llevo tatuados muy adentro.
Gracias por lo bueno y lo malo vivido, te querré siempre.
Un beso,
una revolucionaria cualquiera.